viernes, 7 de mayo de 2010

FOTOGRAFÍAS POST MORTEM


Os quiero hablar en esta ocasión, de una práctica sumamente macabra e inquietante que hace ya unas decadas se llevaba a cabo en numerosos lugares tanto de Europa como de América.
Consistía esta costumbre en fotografiar a los muertos al poco tiempo de su defunción, con el fin de mantener su recuerdo y de alguna manera hacer que su alma no abandonase del todo el hogar que un día les acogió.

A mediados del siglo XIX encargar la realización de un daguerrotipo podía suponer, sin mucho problema, invertir el sueldo de una semana.
Posteriormente, ya casi en el siglo XX, solicitar la realización de una foto más o menos tal y como la conocemos ahora seguía resultando bastante caro, aunque el proceso era sensiblemente menos prohibitivo que la toma de daguerrotipos.
Si unimos a esto las limitaciones técnicas propias de la época podremos comprender fácilmente por qué resultaba habitual que la mayor parte de seres humanos jamás fueran fotografiados a lo largo de toda su vida, reservándose este tipo de cosas para los actos verdaderamente extraordinarios. En este contexto surgió el tipo de fotografía post mortem.

El objeto de esta práctica era como decía anteriormente conservar un recordatorio del fallecido, es decir, fotografías encargadas por particulares para su utilización o exhibición privada en el propio hogar y ya tambien achacando cierto componente místico ya que algunos pensaban que de esta forma el alma del difunto estaría en paz y velando por el resto de los componentes de la familia.

Es una práctica que hoy en día nos sorprende e inquieta a la vez, ya que muchas de estas fotografías eran hechas a niños de muy corta edad que posaban tanto en solitario como en brazos de sus padres, resultando extremadamente impactante y sobrecogedor la visión de esas criaturas vestidas con sus mejores ropajes y con esos rostros inexpresivos que personalmente me dan auténtico pavor.

Muy escasas al principio, el número de imágenes post mortem fue creciendo exponencialmente a medida que la adquisición de una fotografía se convertía en algo más o menos “común”. En 1860 prácticamente todos los miembros de la sociedad podían permitirse el pago de un retrato, lo que popularizó en gran medida la difusión de los mismos. Sin embargo, el proceso seguía reservándose para eventos especiales, y además, fotografiar a los muertos siempre fue especialmente gravoso para las familias que encargaban la tarea.
En muchos casos se justificaba el precio argumentando que el fotógrafo debía desplazarse hasta el lugar donde el fallecido estaba depositado, sin embargo, la razón real distaba un tanto de esa excusa. Lo que sucedió fue simple, hubo un momento en que la fotografía post mortem se popularizó muchísimo en ciertas zonas del planeta y prácticamente era un requisito social “obligatorio” su realización, lo que encareció los precios enormente, ya que la familia se veía forzada a realizar el pago sí o sí, sobre todo teniendo en cuenta el breve plazo de tiempo disponible para realizar la toma antes de sepultar cuerpo.

Tal fue la difusión del fenómeno en Europa y Norteamérica que muchos fotógrafos se especializaron en gran medida y no eran extrañas las exposiciones reservadas exclusivamente a este tipo de tomas.
En los primeros tiempos los cuerpos muertos usualmente se retrataban como si estuvieran dormidos, lo que otorgaba a los mismos una imagen de naturalidad al tiempo que se simbolizaba el “eterno descanso” del fallecido, pero también fue muy común disponer los cadáveres de tal manera que simularan estar realizando algún acto cotidiano, proceso que incluía, en muchos casos, abrir los ojos del difunto utilizando utensilios diversos (en general, una cucharilla de café) y re-situar correctamente el ojo en la cuenca. De hecho, se solía dar completa libertad a la persona encargada de tomar la imagen para vestir y disponer el cuerpo como considerara apropiado.

Muchos de los fotógrafos de aquel entonces se convirtieron en auténticos expertos del maquillaje, llegando a obtenerse resultados muy espectaculares en algunos casos y bastante patéticos en otros. En general, las fotografías podían tomarse en picado o contrapicado, pero era muy común disponer la máquina a la altura del rosto del fallecido.
La cara se enfatizaba en gran medida y en muchos casos se suprimía cualquier tipo de ornamentación, lo que lleva a una confrontación directa y cruda con la persona muerta cuando se observa el retrato. Posteriormente, se incluyeron algunos otros adornos, como las flores.
En general no se utilizaron los símbolos comunes reservados tradicionalmente a la muerte dentro de las obras pictóricas, aunque también hubo excepciones a esto último.

Los finales de la fotografía post mortem (entendida ésta como un recurso familiar para no olvidar a los fallecidos) llegaron a mediados del siglo XX, con la popularización general de las cámaras fotográficas modernas, que permitieron fotografiar a la gente en vida realizando actividades normales.
Son fotos con menos encanto, pero posiblemente más agradables para la gente. Sin embargo, el género se sigue practicando aún en ciertas ocasiones cuando el personaje fallecido resulta muy importante o famoso, ya sea para documentar algún medio de prensa, ya sea como recuerdo de la celebración funeraria en sí misma. En España, una de las últimas instantáneas oficiales realizadas, y que tuvo enorme difusión, fue la imagen del cadaver de Franco, tomada en 1975. Sin embargo, hay fotos mucho más recientes, como las del Papa Juan Pablo II.

Os dejo un video con algunos ejemplos más de esta macabra costumbre que por suerte ha dejado ya de practicarse.


Un saludo de vuestro amigo Eugenio, alias Karkallón.

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